
Justo cuando pensaba que ya no me cabrían más espinas en el corazón volví a recibir una. Esta vez, de parte de un chico que creí “distinto” (de los buenos), quien para mi mala suerte resultó ser sólo un guarro más, pero con piel de oveja. De aquellos que engañan con sus caritas de chicos buenos, sus palabras amables, su simpatía y sus gestos tiernos.
Al final, terminó dándome en la cara con una típica frase, de esas que molestan por lo recurrentes, porque convierten el filo en un mero trámite para sacudirse a la chica de turno que se ha quedado pegada en sus “encantos”.
Esto es lo que realmente me molesta y me duele, porque con ellos nunca sé para dónde va la cosa, hasta que ya estoy embobada, sola y triste, otra vez.
Este guarro, parecía tan “buenito”, que creí haber encontrado por fin un especímen de aquel 1% de hombres que “no son como los demás” [1]. Pero, herré y terminé dañada porque como cuchillas afiladas cayeron sobre mi desprevenido corazón sus palabras cuando dejó escapar una de las excusas más usadas en la historia de los guarros: “No es que no me intereses, lo que pasa es que en este momento tengo demasiadas cosas en mi cabeza”.
No conforme con romperme el corazón en mil pedazos, encima lo hizo de modo de quedar como el bueno de la historia: “Me encantaría tener algo contigo, pero no puedo”. Maldito mal nacido, porque coño no podía ser capaz de asumir su condición de guarro en las buenas y en las malas. ¿No le gustó coquetear y atinar?, pues bien, debió haberse atenido a las consecuencias. No se puede quedar bien con todo el mundo si se anda por ahí creando y destruyendo expectativas.
El muy despreciable pretendió quedar bien con dios y con el diablo, y para colmo yo hasta le creí las mentiras, puse mi mejor cara de comprensión y me hice la fuerte, la despreocupada: “ya filo no te preocupis, si da lo mismo, igual te entiendo”, cuando en realidad, una vez más, se me estaba partiendo el alma; lo único que quería era salir corriendo hasta perderme y largarme a llorar como cabra chica. Porque en el fondo eso es lo que soy, lo que nunca he dejado de ser ... una niñita ilusionada con encontrar, algún día, el famoso “amor de mi vida”, esa idea absurda y maldita que de pequeña me metieron en la cabeza para convencerme de reprimir el instinto sexual, a fin de encontrar el “amor verdadero”, porque era a él y sólo a él, al que valía la pena darle con todo.
Entre tanto, el andaba muy campante por la vida practicando para volverse un verdadero cazador de mujeres, sin mayor propósito que sacarse las ganas, y sin mayor mérito que haber aprendido a mentir, de manera básica, pero efectiva, a los corazones que vagan por el mundo solitarios y vulnerables.
[1] No es que todos los hombres sean iguales, sino sólo que “el 99% de ellos le da mala fama al resto”
Karmina
Al final, terminó dándome en la cara con una típica frase, de esas que molestan por lo recurrentes, porque convierten el filo en un mero trámite para sacudirse a la chica de turno que se ha quedado pegada en sus “encantos”.
Esto es lo que realmente me molesta y me duele, porque con ellos nunca sé para dónde va la cosa, hasta que ya estoy embobada, sola y triste, otra vez.
Este guarro, parecía tan “buenito”, que creí haber encontrado por fin un especímen de aquel 1% de hombres que “no son como los demás” [1]. Pero, herré y terminé dañada porque como cuchillas afiladas cayeron sobre mi desprevenido corazón sus palabras cuando dejó escapar una de las excusas más usadas en la historia de los guarros: “No es que no me intereses, lo que pasa es que en este momento tengo demasiadas cosas en mi cabeza”.
No conforme con romperme el corazón en mil pedazos, encima lo hizo de modo de quedar como el bueno de la historia: “Me encantaría tener algo contigo, pero no puedo”. Maldito mal nacido, porque coño no podía ser capaz de asumir su condición de guarro en las buenas y en las malas. ¿No le gustó coquetear y atinar?, pues bien, debió haberse atenido a las consecuencias. No se puede quedar bien con todo el mundo si se anda por ahí creando y destruyendo expectativas.
El muy despreciable pretendió quedar bien con dios y con el diablo, y para colmo yo hasta le creí las mentiras, puse mi mejor cara de comprensión y me hice la fuerte, la despreocupada: “ya filo no te preocupis, si da lo mismo, igual te entiendo”, cuando en realidad, una vez más, se me estaba partiendo el alma; lo único que quería era salir corriendo hasta perderme y largarme a llorar como cabra chica. Porque en el fondo eso es lo que soy, lo que nunca he dejado de ser ... una niñita ilusionada con encontrar, algún día, el famoso “amor de mi vida”, esa idea absurda y maldita que de pequeña me metieron en la cabeza para convencerme de reprimir el instinto sexual, a fin de encontrar el “amor verdadero”, porque era a él y sólo a él, al que valía la pena darle con todo.
Entre tanto, el andaba muy campante por la vida practicando para volverse un verdadero cazador de mujeres, sin mayor propósito que sacarse las ganas, y sin mayor mérito que haber aprendido a mentir, de manera básica, pero efectiva, a los corazones que vagan por el mundo solitarios y vulnerables.
[1] No es que todos los hombres sean iguales, sino sólo que “el 99% de ellos le da mala fama al resto”
Karmina
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