Quiero encender el fuego con agua
Quiero ver desaparecer los ciclos de la luna
Quiero cautivar flores carnívoras
Quiero derrotar el hielo de los ojos
de millones de seres inertes
Quiero conocer el fuego que consume a la mente
Quiero escupir sobre el veneno de tus alas
Quiero conocerte y desconocerte
Quiero encontrarte y desencontrarte
Quiero comerte y vomitarte
Quiero herirte, sanarte y herirte
Quiero adherirte a mis paredes
Quiero encadenar tus brazos y piernas
y alejarme
para volver más tarde
a recoger tus huesos
secos
a los que haré polvo
para rescatar demonios
e intoxicar mariposas
Haré de ti el polvo más despreciable
Contigo envenenaré vegetales
y morirán todos los seres
que de ellos vivan
Contigo aturdiré a las aves
e incendiaré sus alas al emprender el vuelo
Haré de ti el polvo más despreciable
Haré de ti el polvo más despreciable
Haré de ti . . .
el más .
jueves, 29 de mayo de 2008
DUÉLEME
Duéleme hasta la asfixia
Duéleme hasta la octava lágrima
Duéleme hasta el millón de lágrimas
Duéleme hasta la carcajada
Duéleme no en la penumbra
sino en pleno cenit
Duéleme en la angostura
de mis ganas de dolerte
y expándelas, agigántalas
porque yo
necesitaré dolerte
hasta ennegrecer de pudrición tus heridas
Duéleme hasta la desnudez
Duéleme hasta el vacío
Duéleme, hasta el placer de dolerte yo a ti
Duéleme hasta la razón
Duéleme en la razón
Y más allá de la razón
Duéleme, hasta convertirme en herida
abierta, sangrante, permanente
Duéleme hasta el sudor
Duéleme hasta la infancia
Duéleme, hasta el dolor de tus ojos mirándome
Duéleme hasta el orgasmo
Duéleme entre la gente
Duéleme hasta el hastío
Duéleme complejamente
Duéleme hasta el descanso
Duéleme sin saberlo
Duéleme por capricho
Duéleme con tu abrazo
Duéleme con palabras
Duéleme a intervalos
Duéleme sin tapujos
Duéleme en la alegría
Duéleme a contra luz
Duéleme contra el viento
Duéleme en mi ausencia
Duéleme frente a todo
Duéleme hasta el retorno
Duéleme hasta el absurdo
Duéleme en el misterio
Duéleme hasta el olvido
Duéleme en la inconstancia
Duéleme en los rincones
de mi alma encubierta
de secretos dolores
Duéleme sobre esta lengua itinerante
cuando humedezca tu sensualidad encabritada
tu suavidad encabritada
tus ojos encabritados
Duéleme sumergida
en minutos incontables
de esperar angustiosa
tu impertérrita presencia
Duéleme en la lujuria
Duéleme en lo intocable
Duéleme hasta el traspaso
de mi dolor a otra carne
Duéleme en el dolor escrito
descrito, transcrito
Duéleme hasta el quejido
Duéleme sin aviso
Duéleme sin permiso
Duéleme hasta la pérdida de consciencia
Duéleme hasta la sobredosis
punzante y omnipresente
del dolor acumulado
del dolor perdurado
y mil veces acrecentado
Duéleme en el suspiro
Duéleme en la exhalada
Duéleme en tu presencia
Duéleme a ojos cerrados
Duéleme en el recuerdo
Duéleme en la mirada
Duéleme a escondidas
Duéleme por si acaso
Duéleme en la esperanza
Duéleme hasta el insomnio
Duéleme hasta el desborde
Duéleme abruptamente
categóricamente
Y salvajemente
Duéleme lentamente
Insondablemente
E inesperadamente
Duéleme hasta el desquite
Duéleme como quieras
Y cuanto quieras
Pero, duéleme convencido
De que este dolor
es infinito.
Duéleme hasta la octava lágrima
Duéleme hasta el millón de lágrimas
Duéleme hasta la carcajada
Duéleme no en la penumbra
sino en pleno cenit
Duéleme en la angostura
de mis ganas de dolerte
y expándelas, agigántalas
porque yo
necesitaré dolerte
hasta ennegrecer de pudrición tus heridas
Duéleme hasta la desnudez
Duéleme hasta el vacío
Duéleme, hasta el placer de dolerte yo a ti
Duéleme hasta la razón
Duéleme en la razón
Y más allá de la razón
Duéleme, hasta convertirme en herida
abierta, sangrante, permanente
Duéleme hasta el sudor
Duéleme hasta la infancia
Duéleme, hasta el dolor de tus ojos mirándome
Duéleme hasta el orgasmo
Duéleme entre la gente
Duéleme hasta el hastío
Duéleme complejamente
Duéleme hasta el descanso
Duéleme sin saberlo
Duéleme por capricho
Duéleme con tu abrazo
Duéleme con palabras
Duéleme a intervalos
Duéleme sin tapujos
Duéleme en la alegría
Duéleme a contra luz
Duéleme contra el viento
Duéleme en mi ausencia
Duéleme frente a todo
Duéleme hasta el retorno
Duéleme hasta el absurdo
Duéleme en el misterio
Duéleme hasta el olvido
Duéleme en la inconstancia
Duéleme en los rincones
de mi alma encubierta
de secretos dolores
Duéleme sobre esta lengua itinerante
cuando humedezca tu sensualidad encabritada
tu suavidad encabritada
tus ojos encabritados
Duéleme sumergida
en minutos incontables
de esperar angustiosa
tu impertérrita presencia
Duéleme en la lujuria
Duéleme en lo intocable
Duéleme hasta el traspaso
de mi dolor a otra carne
Duéleme en el dolor escrito
descrito, transcrito
Duéleme hasta el quejido
Duéleme sin aviso
Duéleme sin permiso
Duéleme hasta la pérdida de consciencia
Duéleme hasta la sobredosis
punzante y omnipresente
del dolor acumulado
del dolor perdurado
y mil veces acrecentado
Duéleme en el suspiro
Duéleme en la exhalada
Duéleme en tu presencia
Duéleme a ojos cerrados
Duéleme en el recuerdo
Duéleme en la mirada
Duéleme a escondidas
Duéleme por si acaso
Duéleme en la esperanza
Duéleme hasta el insomnio
Duéleme hasta el desborde
Duéleme abruptamente
categóricamente
Y salvajemente
Duéleme lentamente
Insondablemente
E inesperadamente
Duéleme hasta el desquite
Duéleme como quieras
Y cuanto quieras
Pero, duéleme convencido
De que este dolor
es infinito.
lunes, 13 de agosto de 2007
¿Química, o Algo Más ?

Hoy viene a ser como la cuarta vez que espero desde que sé que no vendrás nunca más.
Existe una enorme diferencia entre la química que se genera al compatibilizar con alguien y las revueltas hormonales que nos sacuden cuando otro alguien nos provoca con ciertas acciones.
En ocasiones, nos interesamos en un chico “A” que no nos hubiera atraído en condiciones normales, pero que sí lo hace al acercarse, al provocarnos con la mirada, con el habla, o con algunas atenciones. De este modo, si el chico “A” nos toma la mano cuando nos sentimos solas o poco queridas; si no está muy lejos de lo que consideramos bello, y/o no nos repugna su química, puede que caigamos ante “el gesto”. El gesto, es la mirada, la atención, la actitud que tiene el chico con nosotras, en un momento determinado, y que puede provocar interés de nuestra parte.
Pero, este interés suele ser pasajero y frágil, porque depende mucho de las circunstancias, pues al cambiar de actitud, o al cesar aquellas atenciones, miradas, tomadas de mano, etcétera el interés de nosotras también decae, y es que no se trata de verdadera compatibilidad, sino de una compatibilidad circunstancial. Una compatibilidad hedonista, que nos pone difícil no ceder ante los mimos masculinos.
A veces, nos interesamos momentáneamente por algunos personajes y al pasar el tiempo, y el motivo de interés, nuestra atención o interés por dicho personaje decae considerablemente hasta desaparecer. Entonces, nos preguntamos cómo demonios fuimos a fijarnos en tal o cual individuo, y caemos en cuenta de que nunca nos gustó realmente. Nunca nos gustó el personaje, sino aquello que nos hacía. La forma en que nos tomaba la mano, la manera en que nos miraba, las atenciones que tenía con nosotras y el “interés” que demostraba.
Al final, resulta una mezcla entre sentirnos atraídas por lo que nos hacen, por cómo nos tratan y el hecho de que nos gusta gustar a los otros, todas estas variables de un marcado hedonismo egocéntrico. Así es que chicas, la próxima vez que se les ocurra sufrir por perder o no conseguir a alguien, pregúntense primero si lo que lamentan es haber perdido la posibilidad de amar, o de satisfacerse con ese alguien.
El verdadero amor por el otro sucede cuando más allá de cuanto nos sirva nos interesamos en conocer y compartir con la persona y su mundo. Cuando nos atrae “él”.
Al menos a mí, en la mayoría de los casos parece ocurrirme la atracción por la variable hedonista-egocéntrica. Ya que, al cabo de un tiempo sin estímulos la atracción se desvanece sin dejar rastros ni cenizas.
Existe una enorme diferencia entre la química que se genera al compatibilizar con alguien y las revueltas hormonales que nos sacuden cuando otro alguien nos provoca con ciertas acciones.
En ocasiones, nos interesamos en un chico “A” que no nos hubiera atraído en condiciones normales, pero que sí lo hace al acercarse, al provocarnos con la mirada, con el habla, o con algunas atenciones. De este modo, si el chico “A” nos toma la mano cuando nos sentimos solas o poco queridas; si no está muy lejos de lo que consideramos bello, y/o no nos repugna su química, puede que caigamos ante “el gesto”. El gesto, es la mirada, la atención, la actitud que tiene el chico con nosotras, en un momento determinado, y que puede provocar interés de nuestra parte.
Pero, este interés suele ser pasajero y frágil, porque depende mucho de las circunstancias, pues al cambiar de actitud, o al cesar aquellas atenciones, miradas, tomadas de mano, etcétera el interés de nosotras también decae, y es que no se trata de verdadera compatibilidad, sino de una compatibilidad circunstancial. Una compatibilidad hedonista, que nos pone difícil no ceder ante los mimos masculinos.
A veces, nos interesamos momentáneamente por algunos personajes y al pasar el tiempo, y el motivo de interés, nuestra atención o interés por dicho personaje decae considerablemente hasta desaparecer. Entonces, nos preguntamos cómo demonios fuimos a fijarnos en tal o cual individuo, y caemos en cuenta de que nunca nos gustó realmente. Nunca nos gustó el personaje, sino aquello que nos hacía. La forma en que nos tomaba la mano, la manera en que nos miraba, las atenciones que tenía con nosotras y el “interés” que demostraba.
Al final, resulta una mezcla entre sentirnos atraídas por lo que nos hacen, por cómo nos tratan y el hecho de que nos gusta gustar a los otros, todas estas variables de un marcado hedonismo egocéntrico. Así es que chicas, la próxima vez que se les ocurra sufrir por perder o no conseguir a alguien, pregúntense primero si lo que lamentan es haber perdido la posibilidad de amar, o de satisfacerse con ese alguien.
El verdadero amor por el otro sucede cuando más allá de cuanto nos sirva nos interesamos en conocer y compartir con la persona y su mundo. Cuando nos atrae “él”.
Al menos a mí, en la mayoría de los casos parece ocurrirme la atracción por la variable hedonista-egocéntrica. Ya que, al cabo de un tiempo sin estímulos la atracción se desvanece sin dejar rastros ni cenizas.
Karmina
Víctimas de Nuestra Idiosincrasia

Alguien dijo por ahí : “tantos años de lucha contra el machismo, tanta petición y pelea por la liberación, tanta añoranza de llegar a ser mujeres libres y para qué ...para terminar deseando con fervor volver a nuestros claustros, a nuestras jaulas, para volver a ser presas, objeto y posesión de ellos, de los hombres, y lo que es peor, esta vez, por opción propia.
Quién dijo que queríamos liberarnos, y con qué cara, si al final, lo único que seguimos anhelando y casi con fervor religioso es pertenecer a alguien. Por terrible que resulte y por fuerte que suene, eso es al final del día lo que queremos, y al principio, y para qué negarlo, si es lo que pasamos deseando todo el maldito día.
Para qué tanta campaña de liberación , tanta exigencia de igualdad, tantos derechos, si al final lo único que nos interesa conseguir es un hombre que nos posea, que quiera ser nuestro dueño, que nos impresione con su fuerza, con su caballerosidad, con su arrojo. Un hombre que nos abra paso entre la gente, que nos divierta, que nos acoja, que nos calme, que nos consuele, que nos tome en sus brazos y nos asegure que somos suyas, que nos proteja de los extraños, que nos vaya a dejar, a buscar, que nos saque a pasear, etc.
Qué fue entonces del feminismo, era acaso una simple pantalla, un capricho femenino, una nueva excusa para alegar de las mujeres encerradas en sus casas ?
Desde mi perspectiva lo veo así, la culpa no es toda nuestra, es cierto que no hemos sabido adoptar con provecho los cambios sociales que nos favorecen, pero esto, no radica sólo en nuestra irresponsabilidad, sino que tiene una raíz histórica innegable y es que nuestra idiosincrasia nos ha condicionado para tal comportamiento. Se trata de lo siguiente, América Latina nunca se ha caracterizado por tener una mentalidad progresista (dentro de una concepción occidental), sin embargo a lo largo de su historia ha sido inducida, forzada o arrastrada a adoptar formas no acordes con la mentalidad de nuestros pueblos, esto, por ir constantemente varios pasos más atrás que los pueblos culturalmente dominantes. De lo anterior, somos presa también por haber aceptado creer en la superioridad de los pueblos que otrora se dijeran nuestros conquistadores, ante lo cual, automáticamente, asumiéramos nuestra inferioridad y la necesidad de recorrer un camino marcado, probado y aprobado por ellos.
Craso error, si consideramos que somos y siempre fuimos una cultura diferente, a la que no servían patrones culturales elaborados para otros pueblos, patrones que ciertamente nos quedaban “grandes”, si decidiéramos apegarnos a la lógica de la cultura dominante. Patrones que no obstante, no estaban hechos a nuestra medida, nos empeñábamos en seguir al pie de la letra para salvarnos, en la medida de lo posible, del avasallador estigma que en su época fue el salvajismo y la carencia de alma ( so pretexto del cual se persiguió, esclavizó y mató a nuestros antepasados indígenas), y que en la actualidad ha pasado a denominarse subdesarrollo (concepto que ahora nos hace alimentar constantemente la idea de la inferioridad de nuestros pueblos, que nos hace sonrojar y en el peor de los casos desechar cuanto surge bajo la impronta de nuestra propia identidad).
Así las cosas, se nos hizo imperioso, para no pasar por salvajes el asumir una postura más respetuosa de la igualdad de los sexos, sin tener consciencia en realidad de lo que ello implicaba, y sin constar en la práxis con un compromiso real de respeto hacia lo femenino. Entonces, tal como en el S XVII nuestros próceres adquirieran la última innovación en la cultura política, la “Independencia de la Corona” (que no fue tal en un comienzo), importando el modelo, sin acompañarlo del correspondiente proceso mental ni del tiempo de aclimatación para las masas que requiere todo cambio social, en la actualidad importamos cambios estructurales, sin la necesaria modificación mental que requiere un pueblo para creer en el cambio y hacerlo suyo. Fue un proceso forzado, impuesto desde algunas cúpulas progresistas sin que pasara antes por la aprobación de la masa, sin que esta se diera cuenta de la necesidad del respeto mutuo entre los sexos, y más aún de la necesidad de respeto mutuo entre los seres humanos indistintamente de su raza, religión, tendencia sexual, edad, género, ideología, nacionalidad, capacidad física (discapacidad), etc.
De esta forma, nos hemos “liberado” en la superficie, en el mundo de lo público, pero, no así en lo profundo, en el mundo de lo privado, y especialmente, no hemos aprendido a liberarnos en lo sentimental. Ahora las mujeres estudiamos más, aumentaron los niveles de alfabetización (corroborar con datos), en la actualidad se hace casi impensable no terminar la enseñanza media (corroborar con datos), cada vez son más las mujeres con estudios superiores, la cantidad de mujeres que se han incorporado al mundo laboral ha crecido de manera geométrica en los últimos XX años, han aumentado las leyes de protección de los derechos femeninos, muchas han sido las mujeres que con su desempeño han ayudado a derrumbar el mito de la menor capacidad intelectual del género femenino, cada vez son más los ámbitos históricamente reservados a los hombres en que las mujeres se internan y dan prueba fehaciente de su idoneidad, nos casamos más tarde que temprano, nos autofinanciamos, vivimos solas, estudiamos, trabajamos, parecemos dueñas del mundo, y sin embargo, seguimos reduciéndonos en nuestro desarrollo integral, seguimos congeladas en las expectativas de conocer al hombre de nuestras vidas, concepto de hombre que sólo existe en los cuentos de hadas y en los discursos puritanos de padres y madres que desean conservar la “buena reputación” de su hija a fin de entregarla libre de mancha al hombre que la despose. Y así permanecemos, unas activas y otras pasivas, esperando encontrar nuestra media naranja, porque no nos reconocemos como personas íntegras, sino incompletas, programadas culturalmente para desarrollar principalmente las características asociadas a lo femenino en detrimento de aquellas atribuibles en mayor medida a lo masculino, de manera tal que vagamos por el mundo en busca de quien pueda suplir nuestras carencias afectivas, físicas, monetarias, intelectuales (por la diferencia de modus operandi para resolver las cosas), etc.
Quién dijo que queríamos liberarnos, y con qué cara, si al final, lo único que seguimos anhelando y casi con fervor religioso es pertenecer a alguien. Por terrible que resulte y por fuerte que suene, eso es al final del día lo que queremos, y al principio, y para qué negarlo, si es lo que pasamos deseando todo el maldito día.
Para qué tanta campaña de liberación , tanta exigencia de igualdad, tantos derechos, si al final lo único que nos interesa conseguir es un hombre que nos posea, que quiera ser nuestro dueño, que nos impresione con su fuerza, con su caballerosidad, con su arrojo. Un hombre que nos abra paso entre la gente, que nos divierta, que nos acoja, que nos calme, que nos consuele, que nos tome en sus brazos y nos asegure que somos suyas, que nos proteja de los extraños, que nos vaya a dejar, a buscar, que nos saque a pasear, etc.
Qué fue entonces del feminismo, era acaso una simple pantalla, un capricho femenino, una nueva excusa para alegar de las mujeres encerradas en sus casas ?
Desde mi perspectiva lo veo así, la culpa no es toda nuestra, es cierto que no hemos sabido adoptar con provecho los cambios sociales que nos favorecen, pero esto, no radica sólo en nuestra irresponsabilidad, sino que tiene una raíz histórica innegable y es que nuestra idiosincrasia nos ha condicionado para tal comportamiento. Se trata de lo siguiente, América Latina nunca se ha caracterizado por tener una mentalidad progresista (dentro de una concepción occidental), sin embargo a lo largo de su historia ha sido inducida, forzada o arrastrada a adoptar formas no acordes con la mentalidad de nuestros pueblos, esto, por ir constantemente varios pasos más atrás que los pueblos culturalmente dominantes. De lo anterior, somos presa también por haber aceptado creer en la superioridad de los pueblos que otrora se dijeran nuestros conquistadores, ante lo cual, automáticamente, asumiéramos nuestra inferioridad y la necesidad de recorrer un camino marcado, probado y aprobado por ellos.
Craso error, si consideramos que somos y siempre fuimos una cultura diferente, a la que no servían patrones culturales elaborados para otros pueblos, patrones que ciertamente nos quedaban “grandes”, si decidiéramos apegarnos a la lógica de la cultura dominante. Patrones que no obstante, no estaban hechos a nuestra medida, nos empeñábamos en seguir al pie de la letra para salvarnos, en la medida de lo posible, del avasallador estigma que en su época fue el salvajismo y la carencia de alma ( so pretexto del cual se persiguió, esclavizó y mató a nuestros antepasados indígenas), y que en la actualidad ha pasado a denominarse subdesarrollo (concepto que ahora nos hace alimentar constantemente la idea de la inferioridad de nuestros pueblos, que nos hace sonrojar y en el peor de los casos desechar cuanto surge bajo la impronta de nuestra propia identidad).
Así las cosas, se nos hizo imperioso, para no pasar por salvajes el asumir una postura más respetuosa de la igualdad de los sexos, sin tener consciencia en realidad de lo que ello implicaba, y sin constar en la práxis con un compromiso real de respeto hacia lo femenino. Entonces, tal como en el S XVII nuestros próceres adquirieran la última innovación en la cultura política, la “Independencia de la Corona” (que no fue tal en un comienzo), importando el modelo, sin acompañarlo del correspondiente proceso mental ni del tiempo de aclimatación para las masas que requiere todo cambio social, en la actualidad importamos cambios estructurales, sin la necesaria modificación mental que requiere un pueblo para creer en el cambio y hacerlo suyo. Fue un proceso forzado, impuesto desde algunas cúpulas progresistas sin que pasara antes por la aprobación de la masa, sin que esta se diera cuenta de la necesidad del respeto mutuo entre los sexos, y más aún de la necesidad de respeto mutuo entre los seres humanos indistintamente de su raza, religión, tendencia sexual, edad, género, ideología, nacionalidad, capacidad física (discapacidad), etc.
De esta forma, nos hemos “liberado” en la superficie, en el mundo de lo público, pero, no así en lo profundo, en el mundo de lo privado, y especialmente, no hemos aprendido a liberarnos en lo sentimental. Ahora las mujeres estudiamos más, aumentaron los niveles de alfabetización (corroborar con datos), en la actualidad se hace casi impensable no terminar la enseñanza media (corroborar con datos), cada vez son más las mujeres con estudios superiores, la cantidad de mujeres que se han incorporado al mundo laboral ha crecido de manera geométrica en los últimos XX años, han aumentado las leyes de protección de los derechos femeninos, muchas han sido las mujeres que con su desempeño han ayudado a derrumbar el mito de la menor capacidad intelectual del género femenino, cada vez son más los ámbitos históricamente reservados a los hombres en que las mujeres se internan y dan prueba fehaciente de su idoneidad, nos casamos más tarde que temprano, nos autofinanciamos, vivimos solas, estudiamos, trabajamos, parecemos dueñas del mundo, y sin embargo, seguimos reduciéndonos en nuestro desarrollo integral, seguimos congeladas en las expectativas de conocer al hombre de nuestras vidas, concepto de hombre que sólo existe en los cuentos de hadas y en los discursos puritanos de padres y madres que desean conservar la “buena reputación” de su hija a fin de entregarla libre de mancha al hombre que la despose. Y así permanecemos, unas activas y otras pasivas, esperando encontrar nuestra media naranja, porque no nos reconocemos como personas íntegras, sino incompletas, programadas culturalmente para desarrollar principalmente las características asociadas a lo femenino en detrimento de aquellas atribuibles en mayor medida a lo masculino, de manera tal que vagamos por el mundo en busca de quien pueda suplir nuestras carencias afectivas, físicas, monetarias, intelectuales (por la diferencia de modus operandi para resolver las cosas), etc.
Karmina
Guarros con Piel de Oveja

Justo cuando pensaba que ya no me cabrían más espinas en el corazón volví a recibir una. Esta vez, de parte de un chico que creí “distinto” (de los buenos), quien para mi mala suerte resultó ser sólo un guarro más, pero con piel de oveja. De aquellos que engañan con sus caritas de chicos buenos, sus palabras amables, su simpatía y sus gestos tiernos.
Al final, terminó dándome en la cara con una típica frase, de esas que molestan por lo recurrentes, porque convierten el filo en un mero trámite para sacudirse a la chica de turno que se ha quedado pegada en sus “encantos”.
Esto es lo que realmente me molesta y me duele, porque con ellos nunca sé para dónde va la cosa, hasta que ya estoy embobada, sola y triste, otra vez.
Este guarro, parecía tan “buenito”, que creí haber encontrado por fin un especímen de aquel 1% de hombres que “no son como los demás” [1]. Pero, herré y terminé dañada porque como cuchillas afiladas cayeron sobre mi desprevenido corazón sus palabras cuando dejó escapar una de las excusas más usadas en la historia de los guarros: “No es que no me intereses, lo que pasa es que en este momento tengo demasiadas cosas en mi cabeza”.
No conforme con romperme el corazón en mil pedazos, encima lo hizo de modo de quedar como el bueno de la historia: “Me encantaría tener algo contigo, pero no puedo”. Maldito mal nacido, porque coño no podía ser capaz de asumir su condición de guarro en las buenas y en las malas. ¿No le gustó coquetear y atinar?, pues bien, debió haberse atenido a las consecuencias. No se puede quedar bien con todo el mundo si se anda por ahí creando y destruyendo expectativas.
El muy despreciable pretendió quedar bien con dios y con el diablo, y para colmo yo hasta le creí las mentiras, puse mi mejor cara de comprensión y me hice la fuerte, la despreocupada: “ya filo no te preocupis, si da lo mismo, igual te entiendo”, cuando en realidad, una vez más, se me estaba partiendo el alma; lo único que quería era salir corriendo hasta perderme y largarme a llorar como cabra chica. Porque en el fondo eso es lo que soy, lo que nunca he dejado de ser ... una niñita ilusionada con encontrar, algún día, el famoso “amor de mi vida”, esa idea absurda y maldita que de pequeña me metieron en la cabeza para convencerme de reprimir el instinto sexual, a fin de encontrar el “amor verdadero”, porque era a él y sólo a él, al que valía la pena darle con todo.
Entre tanto, el andaba muy campante por la vida practicando para volverse un verdadero cazador de mujeres, sin mayor propósito que sacarse las ganas, y sin mayor mérito que haber aprendido a mentir, de manera básica, pero efectiva, a los corazones que vagan por el mundo solitarios y vulnerables.
[1] No es que todos los hombres sean iguales, sino sólo que “el 99% de ellos le da mala fama al resto”
Karmina
Al final, terminó dándome en la cara con una típica frase, de esas que molestan por lo recurrentes, porque convierten el filo en un mero trámite para sacudirse a la chica de turno que se ha quedado pegada en sus “encantos”.
Esto es lo que realmente me molesta y me duele, porque con ellos nunca sé para dónde va la cosa, hasta que ya estoy embobada, sola y triste, otra vez.
Este guarro, parecía tan “buenito”, que creí haber encontrado por fin un especímen de aquel 1% de hombres que “no son como los demás” [1]. Pero, herré y terminé dañada porque como cuchillas afiladas cayeron sobre mi desprevenido corazón sus palabras cuando dejó escapar una de las excusas más usadas en la historia de los guarros: “No es que no me intereses, lo que pasa es que en este momento tengo demasiadas cosas en mi cabeza”.
No conforme con romperme el corazón en mil pedazos, encima lo hizo de modo de quedar como el bueno de la historia: “Me encantaría tener algo contigo, pero no puedo”. Maldito mal nacido, porque coño no podía ser capaz de asumir su condición de guarro en las buenas y en las malas. ¿No le gustó coquetear y atinar?, pues bien, debió haberse atenido a las consecuencias. No se puede quedar bien con todo el mundo si se anda por ahí creando y destruyendo expectativas.
El muy despreciable pretendió quedar bien con dios y con el diablo, y para colmo yo hasta le creí las mentiras, puse mi mejor cara de comprensión y me hice la fuerte, la despreocupada: “ya filo no te preocupis, si da lo mismo, igual te entiendo”, cuando en realidad, una vez más, se me estaba partiendo el alma; lo único que quería era salir corriendo hasta perderme y largarme a llorar como cabra chica. Porque en el fondo eso es lo que soy, lo que nunca he dejado de ser ... una niñita ilusionada con encontrar, algún día, el famoso “amor de mi vida”, esa idea absurda y maldita que de pequeña me metieron en la cabeza para convencerme de reprimir el instinto sexual, a fin de encontrar el “amor verdadero”, porque era a él y sólo a él, al que valía la pena darle con todo.
Entre tanto, el andaba muy campante por la vida practicando para volverse un verdadero cazador de mujeres, sin mayor propósito que sacarse las ganas, y sin mayor mérito que haber aprendido a mentir, de manera básica, pero efectiva, a los corazones que vagan por el mundo solitarios y vulnerables.
[1] No es que todos los hombres sean iguales, sino sólo que “el 99% de ellos le da mala fama al resto”
Karmina
Crónica de Una Victimaria Inconclusa

Quizás, la verdad sea que lejos de ser un alma en pena en busca del amor no soy más que una malograda guarra. Y es que, si bien, casi cada encuentro que tengo con un exponente del sexo masculino me deja mal, es probable que no se deba al poco o nulo afecto que obtengo en dichos encuentros, sino a que no logro satisfacer mis requerimientos sexuales. Ello, se debería a que los “respetables” parten demasiado pronto de mi lado, con lo que no alcanzo a sentirme suficientemente cómoda para iniciar una aventura sexual, después de todo, soy mujer, necesito al sujeto durante más tiempo.
Digo esto, porque me doy cuenta que, a pesar de creer que prefiero conocer al tipo en cuestión antes de concretar, en general me aburre demasiado hablar con ellos. No me intereso por sus vidas, expectativas, sueños ni nada relacionado sólo con ellos, sino sólo con aquello que me satisface directamente como besos, abrazos, toques, etc.
La verdad es que cuando ellos me hablan sólo escucho cual Charly Brown a su maestra, a la espera del mentado contacto. Es posible que sólo me aflija el quedarme con las ganas, cuando se van demasiado pronto, o luego de algunas repeticiones cuando llego a pasarlo muy bien. El asunto es, que cuando siento ganas de tener novio lo que realmente quiero es conseguir con quien tener sexo a a la carta, en bandeja, a la hora que quiera, sin tener que buscar con quién, sin tener que hacerme la linda, sino, sexo con sólo una llamada, con sólo un guiño, y lo que es también importante, sexo sin posteriores pelambres, porque el sexo con “el novio” no se reprueba, es permitido, incuestionable, y no susceptible de causar mala reputación.
La verdad es que cuando pienso en sexo, perdón, digo en tener novio, lo que se me viene a la cabeza es conseguir todas aquellas gratificaciones corporales por años buscadas y por años privadas a mi cuerpo.
Lo asumo, siento algo de desprecio por los hombres. Bueno, no es que los desprecie a ellos como seres humanos, pero, voy a ser franca: me aburre conversar con hombres sobre la vida, sobre sus vidas, y es que son tan básicos, tan faltos de reflexión que no cabe esperar mucho de ellos. Pero, no seré injusta, porque reconoceré que algo me entre tengo con ellos cuando me hacen reír, cuando hablamos de política, indago en cómo viven ellos las relaciones amorosas y sexuales, cómo ven a las mujeres, o cuando algún tema me permite exhibir dominio y darles a entender que no son nada.
Para todos los otros efectos sólo me interesan las conversaciones con mujeres, que son con las que realmente creo se puede hablar de la vida por la capacidad reflexiva que poseen.
Sería injusto dejar de mencionar que hay algunos hombres con los cuales es posible conversar profundamente, pero estos, nunca son los mismos que los que uso para mis requerimientos carnales. Quizá, algunos hombres sólo se pueden ver como un pedazo de carne, sin sentimientos, sin algo que valga la pena conocer.
Digo esto, porque me doy cuenta que, a pesar de creer que prefiero conocer al tipo en cuestión antes de concretar, en general me aburre demasiado hablar con ellos. No me intereso por sus vidas, expectativas, sueños ni nada relacionado sólo con ellos, sino sólo con aquello que me satisface directamente como besos, abrazos, toques, etc.
La verdad es que cuando ellos me hablan sólo escucho cual Charly Brown a su maestra, a la espera del mentado contacto. Es posible que sólo me aflija el quedarme con las ganas, cuando se van demasiado pronto, o luego de algunas repeticiones cuando llego a pasarlo muy bien. El asunto es, que cuando siento ganas de tener novio lo que realmente quiero es conseguir con quien tener sexo a a la carta, en bandeja, a la hora que quiera, sin tener que buscar con quién, sin tener que hacerme la linda, sino, sexo con sólo una llamada, con sólo un guiño, y lo que es también importante, sexo sin posteriores pelambres, porque el sexo con “el novio” no se reprueba, es permitido, incuestionable, y no susceptible de causar mala reputación.
La verdad es que cuando pienso en sexo, perdón, digo en tener novio, lo que se me viene a la cabeza es conseguir todas aquellas gratificaciones corporales por años buscadas y por años privadas a mi cuerpo.
Lo asumo, siento algo de desprecio por los hombres. Bueno, no es que los desprecie a ellos como seres humanos, pero, voy a ser franca: me aburre conversar con hombres sobre la vida, sobre sus vidas, y es que son tan básicos, tan faltos de reflexión que no cabe esperar mucho de ellos. Pero, no seré injusta, porque reconoceré que algo me entre tengo con ellos cuando me hacen reír, cuando hablamos de política, indago en cómo viven ellos las relaciones amorosas y sexuales, cómo ven a las mujeres, o cuando algún tema me permite exhibir dominio y darles a entender que no son nada.
Para todos los otros efectos sólo me interesan las conversaciones con mujeres, que son con las que realmente creo se puede hablar de la vida por la capacidad reflexiva que poseen.
Sería injusto dejar de mencionar que hay algunos hombres con los cuales es posible conversar profundamente, pero estos, nunca son los mismos que los que uso para mis requerimientos carnales. Quizá, algunos hombres sólo se pueden ver como un pedazo de carne, sin sentimientos, sin algo que valga la pena conocer.
karmina
De hombres y mujeres
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